“Me enojé tanto con Dios, le pregunté por qué le pasaba eso a una criatura inocente”

Doris: “Quedé em­barazada de mi nene y fue un em­barazo precioso, no tenía dolores. Nació sano pero a los dos años y cuatro meses comenzó a caerse. Le hacían estu­dios, pero no sabían qué era. Encon­traron una mancha atrás del nervio que va al cerebro. Era muy difícil de operar, si lo hacían, no estaban seguros de que fuera a salir. Él ya tenía todo tomado, se le podía cerrar la garganta, abarcó todo el teji­do de la columna. La primera operación duró cerca de sie­te horas, lo abrieron todo. La oncóloga me dijo que había un tumor que lo iban a tratar con quimio, yo no caía. Salí del lugar, prendí un cigarrillo y me puse a llorar. Me eno­jé tanto con Dios, le dije por qué le pasaba eso a una cria­tura inocente. Su abuela ya venía a la Iglesia y me decía que confiara en Dios y yo le preguntaba dónde estaba Él.

La primera quimioterapia le afectó la vía respiratoria y la garganta, no podía comer, ni tomar. Tenía otras tres hijas en casa, pero me interné con él.

Después de la tercera ope­ración me dijeron que necesi­taba una cuarta y mi hijo iba a cumplir cuatro años. No sa­bían si se quedaba en el qui­rófano o en silla de ruedas. Fui a mi casa y lloré, me llamó su abuela, me dijo que fuera a la Iglesia y finalmente lo hice. Empezaba una Hoguera San­ta y no tenía nada, pero Dios tenía que responderme.

Le llevé los estudios al mé­dico que tenía que operarlo, pero vio que el tumor se ha­bía achicado. Volví a subir al Altar e hice mi voto. En el úl­timo estudio la oncóloga me dijo que el tumor había de­saparecido. Dios lo curó, ya no tenía vida, mi hijo estaba desahuciado y poder verlo es un milagro”.

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