La imagen no lo es todo

Si usted ya ha visto por lo menos dos o tres westerns norteamericanos, con certeza, ya se ha encontrado con John Wayne (1907-1979). Por su eterno papel de cowboy (en la mayoría de sus 169 películas), él se transformó en el mayor ícono masculino del cine de los Estados Unidos, y es el modelo que simboliza el ideal de muchos hombres: resistente, pionero, íntegro, siempre con una sonrisa de confianza al mismo tiempo en el que, en el momento del enfrentamiento, daba en el blanco – en especial con las armas en la mano. Hasta hoy, Wayne es la imagen del macho norteamericano. Orgullo nacional. “El mejor”.
Aunque no es así
La historia real del cowboy de los cowboys no fue tan así. Una reciente biografía tiró abajo la imagen fuerte y segura del vaquero de las pantallas. Fue un golpe en el estómago de ancianos y muchachos que lo tenían como un modelo de masculinidad y ejemplo a ser seguido. Marion Morrison (su verdadero nombre), alias Duke, debía ser la persona más distante de la propia imagen que construyó.
Ese hombre que era una reserva moral en la mayoría de sus papeles, estaba muy lejos de ser un hombre honesto con él mismo, y con todos a su alrededor. Se enojaba con facilidad. Tuvo tres matrimonios arruinados, porque traicionaba a sus esposas constantemente. Era un padre ausente – ¡Y vea que tuvo siete hijos! Aquella leyenda viva era, tras bastidores, un hombre atormentado por la ausencia de su padre en la infancia,y el constante blanco de la desaprobación de su exigente madre –hiciera lo que hiciera, incluso ya siendo adulto y una estrella, a ella no le importaba ni un poco y lo ridiculizaba. Aunque haya embolsado millones de dólares, era negligente con el dinero y, a menudo ignorado por sus “amigos”.
El propio Duke dijo, ya siendo un hombre mayor, que estaba muy cansado de tratar todo el tiempo de ajustarse al personaje que no tenía nada que ver con su verdadera persona. Resulta que era aquella imagen la que el público conocía y admiraba, y no el ser mediocre que le prestaba su cuerpo. Consumía alcohol en cantidades industriales. Fumaba como una chimenea. Comía como un loco. Despertaba a su familia en las madrugadas porque no quería sentirse solo en su insomnio. Aunque también haya sido un símbolo de soldado norteamericano en la pantalla grande, huyó del servicio militar, mientras que sus compañeros, los actores Ronald Reagan, James Stewart y Paul Newman fueron al frente en la Segunda Guerra Mundial.
En el trabajo, optó por no salir de la zona de comodidad. Ser el jefe de los cowboys era ya tan automático que él solo firmaba contratos para ese tipo de papel. Hizo varias películas mediocressolo para pagar sus cuentas,hasta que se dio vuelta el juego y en 1969, aceptó el papel principal de la película “Valor de ley”, donde protagonizó al sheriff RoosterCogburn, ciego de un ojo, alcohólico, con sobrepeso, falto de ética y decadente. Finalmente al desafiarse a sí mismo profesionalmente, lo hizo bien, se llevó el Oscar como mejor actor, en el que él mismo definió como su “primer papel que no fue John Wayne”.
Pero el progreso solo sucedió en la pantalla. Los abusos a su salud se convirtieron en un cáncer en los pulmones. “Llegué a eso tratando de ser John Wayne”, dijo. La enfermedad terminó con su vida en 1979. Pero su figura de ficción permaneció, y hoy, muchos que lo “veneraron” descubrieron que era un fraude. Así como ellos, nosotros muchas veces, buscamos figuras que nos sirven de ejemplo. Claro que no hay nada de malo en eso, pero la lección que Duke ha dejado es que vale la pena analizar muy bien a las personas que nos inspiran. De lo contrario corremos el riesgo de seguir a un mito más, cuando nuestra intención es la de ser hombres de verdad. La imagen es muy importante, pero la esencia también lo es, que, al fin de cuentas, es lo que más importa.
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