El valor y la importancia de la familia

La familia fue la primera institución creada por Dios, le guste a quien le guste. Él siempre cumplió Sus promesas con la humanidad por medio de una familia, al generar una gran nación a partir de Abraham, al inspirar a una familia levita a proteger al futuro libertador del pueblo exiliado o incluso al elegir a María y a José como los padres terrenos del Salvador de la humanidad.
Por eso, al constituir Israel como un pueblo, Dios le dio una Constitución con diez mandamientos, que garantizaría el status de la nación. Mandamientos cuyo cumplimiento comenzaba en los individuos y en las familias. El quinto es el único que conlleva una promesa: «Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da», Éxodo 20:12.
Es importante destacar que Dios no orienta que amemos a nuestro padre y a nuestra madre, tampoco que esperemos que sean merecedores de honra, incluso porque, conociendo la inclinación del ser humano, sabía que muchos padres no serían amables, cariñosos ni merecedores de eso. Por eso, Él orienta que los honremos. En otras palabras, cumplir este mandamiento no está condicionado a un sentimiento, sino a una decisión.
Por lo tanto, la familia siempre tuvo y siempre tendrá un papel fundamental; es en la casa donde se dicen las primeras palabras, se dan los primeros pasos y se entiende que vivir en sociedad significa que siempre habrá alguien a quien respetar. La familia es la que promueve el sentido de pertenencia, la que nos fortalece para luchar y la que incluso nos da un propósito para vivir. Antes de saber sobre la existencia de Dios y de entender quién es Él; antes de descubrir la existencia de la escuela, del gobierno, del mundo corporativo o de cualquier otra cosa en esta vida, primero entendemos qué es la familia y la autoridad que los padres tienen en esta. La familia es el primer núcleo de la sociedad, la cual está formada por miles de núcleos.
No hay duda de que estos conceptos puestos en práctica por individuos oriundos de esos núcleos les proporcionarían más seguridad y humanidad a las relaciones, lo que resultaría en menos violencia y en la reducción de las acciones de las fuerzas de seguridad. Las personas estarían más sanas, las cárceles estarían más vacías y sobrarían recursos para atender otras necesidades de la sociedad. Esto sucedería porque la familia que preserva esos principios y valores forma ciudadanos más humanos y solidarios. He ahí la importancia y la fuerza de la familia para el conjunto de la sociedad.
Sin embargo, hay una corriente política, principalmente la que se considera «progresista», motivada por el mal para que los hijos no honran a sus padres, para que el marido y la esposa se separen y que la familia, como la conocemos, se divida y se destruya para darle lugar a otro modelo bien diferente de estas referencias.
Cuanto más se levanta esa bandera, más sufrimientos se acumulan. Esa realidad, por más que intenten esconderla, es como la luz solar ante los ojos de todos. Se trata de una sociedad enferma, sumergida en los vicios, en la depresión y en la ansiedad, la cual nos lleva a considerar el papel y la importancia de la iglesia como auxiliar en la contención de estos daños, en la reconstrucción y en la inserción de nuevas criaturas a la sociedad, volviéndolas diariamente «menos peores». Si se la relaciona con el contexto familiar, la iglesia ocupa el papel de la madre, no censura ni discrimina a nadie, al contrario, resguarda y ayuda a cada persona a reposicionarse y a comenzar una nueva jornada.
En las charlas de la Terapia del Amor, que se realizan todos los jueves, la Universal busca concientizar tanto a los casados como a los solteros, sobre la importancia de curar el alma, de invertir en sí mismo y de actuar de acuerdo con la razón.
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